EL PAPEL DE SANTO
DOMINGO EN LA HISTORIA LINGÜÍSTICA DE
AMÉRICA
Según Cuervo mencionado por Don Pedro Henríquez Ureña en El
Español en Santo Domingo, “puede decirse que la Española fue en América el
campo de aclimatación donde empezó la lengua castellana a acomodarse a las
nuevas necesidades. Como en esta la isla ordinariamente hacía escala y se
formaban o reforzaban las expediciones sucesivas, iban estas llevando a cada
parte el caudal lingüístico acopiado, que después seguían aumentando o
acomodando en los nuevos países conquistados. Allí se llamó estancia a la granja o cortijo, y estanciero al que en ella hacía
trabajar a los indios (voz que luego ha pasado a significar el que tiene o
guarda una estancia), allí quebrada
se hizo sinónimo de arroyo; se generalizó
el sentido de ramada; y se aplicó a
los puches o gachas que de maíz
hacían los indios el nombre de mazamorra
con que la gente de mar llamaba el potaje
hecho de pedazos de bizcocho hervidos en agua; allí empezó a decirse que los
indios o los animales se alzaban y
hablarse de culebras o de tigres cebados. Dióse a varias plantas
y frutas indígenas el nombre de otras españolas en fuerza de alguna semejanza
cierta o imaginaria, como al níspero,
al plátano, a la ciruela, el manzanillo; y también se aprendió el nombre indígena de muchas
cosas, que ha venido a ser el nombre común castellano. Muchos términos y formas
que entonces eran corrientes en España y después han caído en olvido, de ahí se
extendieron a otras partes, y gracias al aislamiento, subsisten hoy, ora bien
recibidos, ora un poco o harto desacreditados: por ejemplo abarrajar, aciprés, barial, brazada, desboronar, desmamparar, liudar, troja, trompezar…”
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