Según Pedro
Henríquez Ureña, los conventos tuvieron grandes importancia en la cultura
de la enseñanza y el aprendizaje en américa
hispánica. Los de las tres Ordenes tenían en la capital admirables templos, de
naves ojivales (dicho de un estilo
arquitectónico: que dominó en Europa durante los tres últimos siglos de la Edad
Media, y cuyo fundamento estaba en el empleo de la ojiva para toda clase de
arcos), con portada Renacimiento. Gran dolor es que se haya arruinado el de San
Francisco, cuyos formidables muros duplicaban su altura con la de la eminencia
donde se asienta. Y lástima, también, que todos los claustros se hayan
arruinados. El de los dominicos, el Imperial Convento de los Predicadores, eran
“suntuosos y muy grande, de cuarenta moradores ordinarios”, según noticias que habían
llegado hasta el primer cronista oficial de Indias, Juan López de Velasco,
hacia 1571; el de San Francisco tenía entonces “hasta treinta frailes”, los de
monjas, Santa Catalina de Sena, de franciscanas, tenía “ciento ochenta monjas,
poco más o menos”, según el Oidor Echagoyan, hasta 1568. En el de dominicas
estuvo profesa Doña Leonor de Ovando, nuestra poetisa del siglo XVI. Después
hubo monjas junto a la Ermita del Carmen, no sé de qué orden.
La Orden de la
Merced, cuenta entre sus primeros representantes en Santo Domingo, de 1514 a
1518, a Fray Bartolomé de Olmedo, que sería después héroe de la conquista
espiritual de Méjico. “El P. Bartolomé
–dice el mejicano Fray Cristóbal de
Aldana- se dedicó desde luego (en Santo Domingo) al consuelo de los indios
y a su instrucción; defendiéndolos de las vejaciones de los españoles. Los
asistía en sus enfermedades y los socorría en sus miserias. Instruía a los
niños para ganar a los padres; movía y convencía a los cristianos para que
edificasen a los idólatras…”
A principios del
siglo XVII, se 1616 a 1618, intervino en la reforma del Convento de la Merced
(y allí definidor) no menor maestro que Tirso de Molina, el Presentado Fray
Gabriel Téllez, en compañía del vicario Fray Juan Gómez, catedrático del
colegio mercedario de Alcalá de Henares, Fray Diego de Soria, Fray Hernando de
Canales, Fran Juan López y Fran Juan Gutiérrez. Tirso declara que a partir de
ellos – solo Canales y Sorias se quedaron–dejaron organizada la enseñanza de su
convento con catedráticos nacidos en la isla, que desde entonces producía
grandes talentos, aunque atacados de negligencia: “el clima influye ingenios
capacísimos, puesto que perezosos”(poco antes, en 1611, decía el arzobispo
Rodríguez Xuárez en carta el rey: “esta tierra influye flojedad y aplicarse la
gente poco al estudio”; naturalmente, no eran el clima ni la tierra, sino la
despoblación y la pobreza, las causas del desamor al esfuerzo intelectual)”.
Glorioso entre nuestros conventos fue el Imperial
de la Orden de Santo Domingo. No solo porque sirvió de asiento a la Universidad
de Santo Tomás de Aquino (hoy Universidad Autónoma de Santo Domingo). Sobre su
pórtico se yerguen gigantescas las apostólicas figuras de Fray Pedro de Córdoba,
Fray Antonio de Montesinos y Fray Bernardo de Santo Domingo, iniciadores de la
formidable cruzada que en América emprende el espíritu de caridad para debelar la
rapaz violencia de la voluntad de poder, una de las grandes controversias del
mundo moderno, cuya esencia es la libertad del hombre”.